Siempre queremos sentir algo intenso: hay personas que suben montañas sin cuerda, otras que saltan desde aviones, y algunas que buscan picos de adrenalina tomando decisiones del día a día, tales como: exceso de velocidad, inversiones arriesgadas, o decisiones en sitios digitales sin contemplar los posibles riesgos.
Lo expongo porque lo he vivido personalmente: antes de empezar algo con riesgo, las pulsaciones del corazón se disparan. No es casualidad; es causal, dado que tiene una explicación neurocientífica.
Dopamina: la anticipación que nos empuja al límite
En primer lugar, la dopamina es la molécula que nos da esa sensación de expectativa. No se libera cuando conseguimos algo… sino cuando creemos que está a punto de pasar. Ahora bien, el mecanismo de la dopamina también se activa en el momento que uno va a hacer algo extremo, a sabiendas de que el resultado es incierto. Esta reacción surge fruto de la probabilidad, no del resultado.
Se ha confirmado que los buscadores de sensaciones muestran una tasa de respuesta dopaminérgica, durante la anticipación del riesgo. Por este motivo, cuando la experiencia con riesgo sale bien el cerebro de inmediato dice: “esto ha funcionado, repítelo”.
Adrenalina: el cuerpo entra en modo potencia
La adrenalina es la parte física de la experiencia: acelera el pulso, agudiza los sentidos, nos hace sentir invencibles durante unos segundos. Ese estado puede surgir ante un salto extremo… pero también ante cualquier evento rápido e intenso, incluido un estímulo digital, una decisión impulsiva o cualquier actividad donde algo cambie en milésimas de segundo.
Ese choque de adrenalina tiene un problema: dura poco. Y cuando desaparece, el cuerpo quiere volver a sentirlo. Ese “vacío” es lo que empuja a repetir.
El ciclo neuroquímico del riesgo: poder y trampa
Cuando dopamina y adrenalina trabajan juntas, la experiencia se convierte en una combinación emocional:
- Anticipación (dopamina) → “Esto puede ser grande.”
- Riesgo (adrenalina) → “Estoy a mil.”
- Resultado → “Quiero repetir.”
- Adaptación del cerebro → “Pero esta vez necesito un poco más.”
Este patrón se ve en deportes extremos, inversiones arriesgadas, conducción, decisiones impulsivas cuando se juega juegos de azar en casinos online. Las decisiones no son el problema; sino las rutas neurológicas que quieren buscar estas emociones intensas, haciendo perder la racionalidad y actuando desde la impulsividad.
Memoria, euforia y la falsa sensación de control
La dopamina no solo anticipa: también modifica cómo recordamos la experiencia. Lo que salió bien lo recordamos exagerado; lo que salió mal, diluido. Lo comparto también desde mi experiencia personal: he vuelto muchas veces a situaciones intensas porque “recordaba que me hicieron sentir bien”, aunque en realidad la emoción fue más intensa en mi memoria que en el momento.
No es cuestión del entorno: es cuestión de cómo mi cerebro registra la recompensa. Y cuando esa memoria se mezcla con adrenalina, la percepción de control se distorsiona: creemos que “esta vez sí”, “esta vez será mejor”, “esta vez saldrá como imagino”.
Conclusión: El riesgo no es el enemigo. La inconsciencia sí.
La necesidad de adrenalina no es un defecto humano: forma parte de la naturaleza humana. La clave está en reconocer el ciclo:
Gráfico de Ciclo de la Adrenalina
Las experiencias extremas —físicas o digitales— pueden ser emocionantes, enriquecedoras y parte natural de la vida moderna. El problema aparece cuando ese ciclo deja de ser consciente y buscamos repetir la sensación; no la actividad. En definitiva, se trata de entender cómo funciona nuestro cerebro para poder elegir, en lugar de reaccionar.
